Jueves, 5 de Junio de 2008. Era un día normal aquí en Bormujos, mi pueblo. Lo más trascendente es que yo estaba en época de exámenes finales en el instituto, y que el calor empezaba a ser tan asfixiante como cada verano en Sevilla. Al otro lado del Atlántico no era un día normal. 21 años después las dos franqucias más laureadas de la historia de la NBA, Celtics y Lakers, volvían a verse las caras en una finales. La Abc retransmitía como cada año la serie final, y, como es evidente, media Ámerica estaba pendiente.
Los Celtics llegaban triunfales tras una brutal temporada de resurrección con la mejor cosecha de la liga: 66 victorias y sólo 16 derrotas. Todo gracias a la construcción en verano de un equipo que aspiraba de manera directa al anillo con las incorporaciones de Kevin Garnett y Ray Allen a una plantilla que ya contaba con todo un All Star como Paul Pierce, además de jugadores complementarios muy importantes como el joven base Rajon Rondo, Kendrick Perkins, James Posey, Leon Powe o los veteranos PJ Brown y Sam Cassell. A pesar de todo, la carretera de Boston hacia las finales no fue fácil. Durísimas eliminatorias a siete partidos ante los combativos Hawks y los Cavaliers de LeBron James, que ya empezaban a tomar importancia en el Este. En las Finales de Conferencia, les esperaban los Pistons de Chauncey Billups, Rip Hamilton, Tayshaun Prince o Rasheed Wallace, un equipo durísimo y con mucha experiencia. Pero los Celtics se recompusieron después de una derrota en casa y acabaron venciendo a Detroit en 6 partidos.
Por su parte, los Lakers también regresaban a la élite tras varios años de sequía, con un Kobe Bryant que llevaba el equipo prácticamente sólo. Gracias a una espectacular temporada de Black Mamba, en la que consiguió el único MVP de su amplia carrera, el crecimiento de Andrew Bynum, y sobre todo al traspaso que llevaba a Pau Gasol a Los Ángeles, los Lakers habían conseguido terminar en la cima del Oeste, y en Playoffs llegan a las Finales tras deshacerse de Nuggets, Jazz y Spurs con relativa comodidad, pero llegaban al final del camino sin Bynum, lesionado.
Por entonces yo no seguía la NBA de manera tan obsesiva como ahora, y me enteré de que Cuatro retransmitía el partido. Nunca me había levantado a ver un partido y estaba emocionadísimo. Además iba con el plus de ver a Pau Gasol en unas finales. El partido empezó con los Celtics atacando el aro de manera agresiva, pero los Lakers hacían la goma y nunca dejó llegar la diferencia a límites peligrosos. Garnett se estaba hinchando a meter tiritos de media distancia, pero entre Fisher, Bryant, Odom y Gasol mantenían a Lakers. Yo había visto ya entonces miles de vídeos, resumentes de partidos y había leído mis cosillas, pero no dejaba de sorprenderme aquello de ver el partido en directo. Aluciné con la velocidad con la que armaba el brazo Ray Allen. Aluciné con el ritmo lento de un partido de Playoffs. Aluciné con el “BEAT L.A”. Aluciné viendo a Paul Pierce sacar un 3+1 a Vladimir Radmanovic con un leve y pícaro movimiento. Yo en un principio iba con los Lakers por el tema de Gasol, pero pronto me di cuenta del espectáculo que estaba viendo, y me desentendí de fanatismos.
Transcurría ya el sexto minuto del tercer cuarto cuando Kobe Bryant penetra la asfixiante defensa de Boston Celtics-aquel año fue la mejor de la NBA-. Paul Pierce le sigue de cerca y al levantarse Kobe en una suspensión típica suya, Kendrick Perkins hace la ayuda e intenta taponar a Bryant. Al aterrizar, el center celtic cae encima de Pierce, que se hace mucho daño en la rodilla. Pierce se va al vestuario sujetado por varios compañeros sin poder pisar con su pierna derecha. Los ya comentaristas de nbaplus+ Carnicero y Loncar empiezan a dramatizar, como es lógico, porque el pabellón se infunde en una atmósfera de silencio seplucral que aproveca perfectamente el equipo de Phil Jackson para ponerse por delante en el marcador y amenazar con dar un golpe al partido.
De repente, unos minutos después y sin ningún tipo de precedente que diera a pensar lo que iba a suceder a continuación, la cámara enfoca la salida de los vestuarios del TD Garden y aparece Paul Pierce con aires de Jesucristo, Superman, John Lennon o quien queráis, pero el Garden enloquece y a mi se me pone la piel de gallina. Aquello parecía una obra de teatro. Antes de volver a cancha recuerdo perfectamente una imagen que ha quedado ya para siempre en mi memoria: Pierce encima de una bicicleta estática junto a la entrada al túnel de vestuarios, y decenas de aficionados pegados a la valla animándole a pedalear. Estaba cogiendo ritmo para los dos triples que metería en menos de 30 segundos-ambos a pases de Rajon Rondo- para fundir a los Lakers en un estado de shock importante de cara al último cuarto.
El partido acabó con victoria de los Celtics por 98 a 88. Muchos llaman a Pierce falso por aquel numerito, otros muchos se lo creen, pero lo que está claro es que aquello fue un punto de inflexión en la eliminatoria, y constituyó un mazazo psicológico importante para unos Lakers que terminaron perdiendo las series ante unos magníficos Celtics, que hoy en día aún luchan por mantener aquel bloque. Aquella noche de Junio fue un antes y un después para mi, y aunque he perdido muchas horas de sueño y he ganado muchas ojeras, no pasa un día en que no me alegre de la bronca que me echó mi padre cuando me levanté aquella mañana, y de lo poco que le escuché pensando en Pierce, Garnett, Bryant y compañía.
Autor: Antonio Durán@antonioduran93
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