sábado, 26 de mayo de 2012

El baloncesto como religión. El Playground. El Doctor J. y el mejor partido de la historia


                                              

Cualquier aficionado al baloncesto ha oído hablar de su leyenda, cualquiera ha podido ver sus gráciles bandejas, sus increíbles mates, su eterno afro… Pero muy pocos le han visto donde más libre fue la leyenda, puesto que sus secretos están en lo más íntimo de la historia del asfalto. Es cierto que el legado de Julius Erving es enorme, como ícono de la ABA y leyenda de la NBA pero sobre todo fue un Dios terrenal del Playground. Adorado e idolatrado a partes iguales en el santosantorum del Playground, se encargo de escribir las páginas más doradas de la historia del basket de asfalto.

El comienzo de la leyenda se halla en 1971. Un joven reportero del “New York Daily News”, Peter Vecsey convencía a Dave Brownville para que formara parte de un equipo que compitiera en la Liga de Verano de la Rucker. Ambos eran amigos y la cosa pareció tener buena base, ya que Vecsey había conseguido `sacarle´ 500$ al presidente de los Nets por aquel entonces Roy Boe, para formar dicho equipo. A partir de aquí llego lo realmente jugoso del tema, Brownville era íntimo amigo de Julius Erving y no tardó demasiado en conseguir que el Doctor se apuntase. Vecsey fue formando un equipo de carácter profesional, formado por:

Billy Paultz - pívot de los Nets
Joe DePre - base de los Nets
Ollie Taylor - escolta de los Nets
Manny Leaks - alero de los Chaparrals
Mike Riordan - alero de los Nets
Charlie Scott - escolta de los Squires
Junto al Doctor J. y Brownville, Vecsey ya tenía su equipo los WESTSIDERS.

No importaba el rival, no importaba las condiciones meteorológicas, nada importaba nada más que el balón. Y por extraño magnetismo o por simple lógica, ese balón casi siempre acababa en las manos del Doctor J. que una y otra vez se empeñaba en dejar hipnotizados y boquiabiertos a los concurridos de la Rucker. ¡Una maravilla! Era verle jugar. Con que libertad se movía aquel jugador, puro ingenio. Recordar que Julius Erving venía del collegue, donde promediaba 20 puntos y 20 rebotes en una competición en la que no dejaban machacar el aro. Quizás eso pudo influir en Erving quien no dudo un solo segundo en machacar cuantas veces pudiera, de verdad que era un espectáculo repetía una y otra vez Vecsey a los propietarios de Virginia State que poseían los derechos del jugador desde el 6 de abril. Tan descomunal fue el derroche de talento, imaginación e ingenio que en apenas unos días se gano al respetable, como una leyenda negra más criada en el duro Harlem.

Dicen que durante su debut en la Rucker ni la lluvia ni el rival pudieron frenar la orgía anotadora del Doctor J. capaz de machacar en repetidas ocasiones frente a Sid Catlett y Marvin Roberts, ambos de Brooklyn y cercanos a los 2.05. Después de aquel partido Peter Vecsey llamó tanto a Johnny Kerr, GM de Virginia, como su técnico Al Bianchi para decirles: Oye, ¿Realmente sabéis lo que tenéis?

Prácticamente sin oposición llegaron estos Westsiders a la final, donde se vieron las caras con los Milbanks de Joe Hammond y Richard `Pee Wee´ Kirkland. La final se veía apasionante y no defraudo, ya muchos preveían lo que terminaría siendo un hecho ya que en poco tiempo sería declarado como el mejor partido que jamás se haya jugado sobre asfalto. Con estas premisas es normal que todo el `guetto´ se congregase en la 155 de la octava avenida.

Era la hora del partido y la gente se veía intranquila, Milbank seguía calentando a ritmo lento. Algo no marchaba bien en el equipo del `guetto´, pronto se descubriría que Hammond no estaba y los Milbank intentaban ganar algo de tiempo para que su estrella llegara. Pero la cosa no pudo estirarse más, la final comenzó sin Hammond a pesar de la bronca del público que rodeaba la pista. No se sabe cuanta gente podía estar presenciando el partido, pero sí se sabe que durante la jornada se incrementó el número de robos de coches, que luego aparecieron cerca de la cancha aplastados por el peso de la gente que se subía para contemplar el espectáculo. Sin Hammond los Milbank era un equipo segundón, y pronto el Doctor empezó a imponer su lógica, no hubo manera de pararle en la primera mitad. La gente estaba impaciente, y prácticamente desde el comienzo solo se preocuparon por saber donde demonios estaba el bravucón de Hammond. Al descanso la diferencia superaba la veintena de puntos. Era una tragedia.

Pero algo cambio en el descanso, el We Want Joe! Que cada vez más insistentemente se escuchaba desde los alrededores se silenció. Apareció Joe Hammond en una limusina. Bravucón y chulesco hasta la médula, había retrasado su aparición a propósito. Y como si de un Dios celestial se tratase fue abordado por todo el mundo, niños, mujeres, hombres incluso periodistas que estaban en el partido… Fue un clamor su llegada. ¡El espectáculo estaba servido!

Vestido con las zapatillas más viejas que se pueda imaginar alzo los brazos al cielo diciendo que había llegado. Nada más tocar la pelota anoto si apenas esfuerzo, en la reanudación y tras robo y asistencia por la espalda de Kirkland hundió la pelota en el aro, lo hizo con una violencia tal que más de uno pensó que la canasta iba a doblarse. Los Westsiders se quedaron algo fríos, el magnetismo de Hammond era implacable y su hambre no tenía límites. Al principio fue Charlie Scott quien intento frenarle sin éxito, más tarde y para regocijo de todos fue el Doctor J quien se ocupo de Hammond. Existen comentarios de que Julius Erving trato de frenarle una y otra vez pero no había manera, Hammond se encontraba en trance, uno de esos que realmente te hacen convertirte en dios, porque antes de la mítica frase de Bird sobre Jordan cada uno de los espectadores de aquel partido pensaron lo mismo sobre Joe Hammond. El enfrentamiento fue de órdago, no hubo tregua ninguna a cada golpe de uno el otro respondía pero Milbank cada vez estaba más cerca. Así y tras ¡dos prórrogas! La final concluyo. Joe Hammond fue el MPV del torneo, acabo la final con 50 puntos. ¡Y se perdió una mitad porque quiso! Aunque el título fue para los Westsiders, merced a los 39 puntos del Doctor J.

Años dorados, recuerdos impagables, imágenes históricas… Así fueron aquellos años en Rucker Park, allí Julius Erving se sintió libre y maravilló al mundo (que tuvo la suerte de contemplarle), repitió una y otra vez aquella bandeja a aro pasado con la que deleito al respetable en las finales contra los Lakers. Así fue el más mítico enfrentamiento que se recuerda, el del Doctor J. contra Joe Hammond. Y es que cuando juegan libres dos de los mayores talentos del baloncesto, lo único que queda es sentarse y disfrutar. Eso era, es y será el Playground.

                                                 



Pedro Ruiz Sígueme en Twitter: @pedritoRiaza

1 comentario:

  1. Magnifico! Sabia algo de la historia pero la has reflejado mas que bien, me dan ganas de investigar en indagar mas en el tema. Sabes si hay algun libro que va sobre esto? Saludos

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