La etapa universitaria de ‘Pistol’ Pete Maravich fue la más
deslumbrante que pueda uno recordar. Algo irreal. Pura fantasía. Ir a sus
partidos era cómo ir a una función cuyo título era siempre el mismo: ‘El más difícil todavía’.
Mientras nuestro ilusionista seguía hechizando al respetable en Broughton, un viejo zorro trazaba un
plan para reclutarlo. Jim Corbett,
el director del área deportiva de Louisiana
State University (LSU), amante
empedernido del baloncesto quería dar un golpe de efecto en una Universidad,
Ciudad, Estado en el que el baloncesto no tenía especial relevancia. Corbett sabía que tenía pocas
posibilidades de reclutar a Maravich,
por el que se pegaban todas las universidades, pero sí podía contratar a su
padre y que este se encargará del resto. Un astuto plan, de un viejo zorro que
salió a la perfección.
A razón de 15.000$ por temporada, Petar Press Maravich se convertía en entrenador de LSU. Reclutó a su hijo, casi a la
fuerza. Así rezaba la carta de reclutamiento: “Si no firmas esto, no vuelvas a pisar mi
casa”. Maravich
firmó. No quedaba más remedio, además, que hay más bonito que una familia
unida. Mientras se desarrollaban estos hechos cabe imaginarse cómo se esbozaba
una sonrisa en la cara del viejo zorro de Corbett
en su despacho.
Al fin y al cabo, LSU no
estaba tan mal. Situada en Baton Rouge,
segunda ciudad de Louisiana después
de New Orleans, era una ciudad
tranquila con mayoría de ciudadanos blancos y con un clima agradable, aunque quizá
demasiado húmedo para ese ‘pelo pantene’ que lucía nuestro mago.
Situados y contextualizados los protagonistas sólo cabe decir… ¡Que
empiece el espectáculo!
¡Y cómo
empezó! 50 puntos, 14 rebotes y 11 asistencias, firmó nuestro ilusionista en su
primer partido. Durante aquel primer año como freshman, Maravich no
bajó en ningún partido de 30 puntos. Pero la anotación no era lo importante, a
él lo que más le gustaba era deleitar a los asistentes con su función, ya
saben, ‘El más difícil todavía’.
Superarse en cada asistencia, en cada dribling…
ese era su verdadero ímpetu. Durante aquel primer año el solito fue atrayendo a
más y más espectadores, a los que deleitaba con trucos circenses. Ahora la ves
ahora no la ves, pase por la espalda, por debajo de las piernas… Caderas rotas,
tobillos hechos añicos.
¿Éste es el hijo del entrenador? ¿Qué le ha
dado de comer? ¿De dónde ha salido? ¿Es esto siquiera posible? Se escuchaba en las gradas, aderezado con
una buena ración de exclamaciones - Oh!!, Olé que se hubiera escuchado en
España - y los aplausos correspondientes. Que gran año para Pete. Aquel delgado chaval que apenas
se relacionaba con los demás, era ahora aclamado como un mesías. Dicen que
durante aquella temporada todavía no se contabilizaban las estadísticas totales
en NCAA, aún así se asegura, se
asevera, se garantiza e incluso se ratifica que la media de Maravich aquel año fue de 43,6 con tope
de 66 frente a los Hawks de Baton Rouge. No hacía falta tanto, todos nos lo
creemos. Y en un despacho, ya saben de un viejo zorro que no le cabía la
sonrisa en la cara.
Nueva
temporada, nuevos rivales pero lo mismo de siempre. Ya saben, ‘El más difícil todavía’. En su primer
partido 48 puntos, seguido por otro en él que Maravich no estuvo demasiado inspirado: 42 puntos (por debajo de su
media), y un tercero con 51.
LSU
se colocó cómodamente con un 10-3 y Maravich
en su nivel, 44 puntos por partido sin forzar la chistera. La fama que le
consagraba, que había convertido a John
McKeithen – el Gobernador – en un aficionado más, le hizo el blanco de
innumerables faltas de sus rivales, las más leves podrían hoy catalogarse como
flagrantes. No dudaban en golpear, agarrar o empujar para que el crack de Pensylvania no hiciera de las suyas, no hace falta insistir en que
no surtían demasiado efecto, pero el físico de Maravich se fue disolviendo cómo un azucarillo, en apenas media
temporada ya había perdido más de 5 kilogramos. Acabó su año sophomore con 43,8 puntos, pero lo
importante fue su fama a nivel nacional. No se vendían más abonos, ya no había
espacio para todos, a partir de entonces el espectáculo de Pete Maravich, ya saben, ‘El
más difícil todavía’, colgó para los próximos años el no hay billetes.
Cartel que colgaba antes de cada espectáculo, con gran alegría y regocijo
nuestro entrañable viejo amigo Corbett.
En su siguiente año Maravich
comenzó promediando más de 47 puntos por partido, ya no sólo llenaba el estadio
en los partidos, la gente se agolpaba para verle entrenar. Su chistera no tenía
fondo. Y a la hora de desenfundar era el más certero, 44,2 puntos de media está
temporada, ni el mismísimo Jonh Wayne
podría haber competido con tan hábil tirador. Sus canastas desde más allá del
triple a una mano eran una pequeña ración que servía en su espectáculo, sus
compañeros observaban atónitos las humillaciones que infligía a sus rivales,
mientras se preguntaban si aquel desgarbado muchacho no habría venido de otro
planeta, o incluso, si practicaban el mismo deporte. Relatan las crónicas que
en el último partido se dedicó a hacer de las suyas en Georgia, tal fue la exhibición que ofreció que las personas que
asistieron bajaron a felicitarle.
No hubo record que se resistiera a su excelsa muñeca: El de más puntos en sus temporadas sophomore
y junior (Oscar Robertson, 1962), después el de anotación en la historia de LSU (Bob Pettit, 1972), y
posteriormente el de más puntos en dos temporadas NCAA seguidas (Elvin Hayes
2070).
Llegó su año senior, el último que podía disputar cómo universitario y sólo le
quedaba una cosa por conseguir, alcanzar el título. La chistera seguía
funcionando a pleno rendimiento, empezó el año con una media por encima de los
50 puntos. Actuaciones memorables que terminaban con Maravich saliendo a hombros cómo Curro de la Monumental. Las estrategias para detener a Pistol rayaban lo impensable, desde
flotarle como hizo Carnesseca, o
incluso, como cuenta Javi Gancedo en
un partido ante Loyola
en el que su defensor le palpó el trasero todo el partido y hasta le dio un
beso en el cuello. Desbordante ingenio, desde luego, el de los entrenadores
rivales.
Fue frente a Ole Miss cuando Maravich supero el record anotador en
la NCAA en poder de Oscar Robertson. Los asistentes
saltaron en tromba a la cancha parando el partido que se reanudo más tarde. De
nuevo el genio volvió a salir en hombros.
Sus últimos partidos fueron en el Garden,
invitada LSU al NIT que se disputaba en Nueva
York. Pistol condujo al LSU a la final, pero serían arrollados
por Marquette. Un sueño roto.
La exitosa carrera del ilusionista más famoso
de este deporte no se detuvo ahí, aunque eso será para más adelante. Para la
eternidad sus récords de 3667 puntos en tres años en el
equipo senior de LSU y sus 44.5 puntos de media. Todo aquello sin línea de 3 puntos,
con ella advierten los estudios realizados, ya se sabe del afán de los
americanos por estudiarlo todo, habría alcanzado los 57 puntos por partido. Pongan
el calificativo que deseen ante semejante cifra. En LSU cuando se les acabaron los adjetivos, que
fue bastante pronto, decidieron construir un pabellón con su nombre y en su
honor: Pete Maravich Assembly Center. Otra gran virtud americana, no
sólo lo estudian todo sino que les gusta hacer todo a lo grande. Pero lo más
importante de aquellas cifras fue como las logró… Porque quizás todo aquello no
fue más que una ilusión, porque aquellos números y aquella manera de jugar era
irreal... Aunque claro, al fin y al cabo en eso consiste la magia, en conseguir
que lo irreal se convierta en real.
Pedro Ruiz Puedes seguirme en Twitter:
@pedritoRiaza
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