Después
de un largo silencio, retomo mi actividad bloggera con la primera de
una serie de entradas en las que iré analizando, en función de lo
que la memoria me permita, equipos nacionales en un evento concreto,
Mundiales, Eurobasket, Olímpicos... No trata esta serie sobre los
mejores equipos, nada de eso. Algunos lo fueron, otros no tanto.
Tampoco se su duración, periodicidad o capítulos. Formalidad bajo
mínimos, as usual. La idea es plasmar en un texto las sensaciones
percibidas al ver jugar a cada uno de esos equipos, teniendo en
cuenta que a muchos sólo los vería jugar en el partido contra
España, al ser el único televisado y a la percepción que puede
tener un tipo como yo, generación del 69.
El
Europeo de Nantes 83 fue el primer gran evento a nivel de selecciones
del que recuerdo ser testigo televisivo. Bien pudo haber sido el
Mundobasket de Cali 82, pero la edad y la diferencia horaria eran
argumentos demasiado poderosos como para convencer a unos padres
clásicos de que el hecho de dormir, ya por aquel entonces, era cosa
de cobardes. Primer evento, primer equipo que me llamó la atención
por encima de los demás, la selección nacional de Francia.
COMPOSICIÓN DE GRUPOS:
Preselección
de Francia para el Europeo de Baloncesto de 1983
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Llamar
equipo a aquel conglomerado de elementos a las desórdenes de Pierre
Dao, constituiría un insulto a la inteligencia del lector y un
eufemismo digno del político más mentiroso. No se le puede llamar
banda, porque éstas tienen un Director que, con mayor o menor
acierto, trata de poner orden entre los distintos instrumentos,
ayudado por una partitura. Allí no había ni sistema, ni pizarra y
de conceptos defensivos jamás habían oído ni hablar. En resumen,
era un conjunto de individualidades sin ningún rigor grupal, muchas
de ellas con un talento extraordinario para este deporte, capacidad
atlética muy por encima de sus rivales continentales, dirigidas en
cancha por un pequeño base llamado Senegal que ni siquiera era de
color. Si Mikhail Bakunin hubiese sido entrenador de baloncesto,
liderar a esta pandilla habría sido mejor que un sueño húmedo.
La
cosa ya venía de lejos. Los jugadores no se llevaban entre ellos, el
vestuario era un polvorín siempre a punto de estallar y en el que
gente como Cachemire, Faye o el mencionado Senegal pondrían punto y
final en este evento a sus dilatadas carreras internacionales, los
dos últimos con el extra del título de la Copa Korac recién
retenido, pues también habían vencido con Limoges la edición del
82. Senegal volvería un año más tarde al equipo, requerido por el
nuevo seleccionador, a la sazón ayudante de Dao en este evento, pero
eso forma parte ya de otra historia. Eric Beugnot era un pedazo de
jugador, lo digo en serio. Un alero alto de más de 2 metros y con
tan buen tiro exterior como complicado carácter. Tenía un hermano,
Gregor, actual entrenador del Chalon, base suplente del Le Mans,
equipo en el que militaban los dos hermanos. Eric hizo campaña para
que su hermano fuera llamado a la selección, con la que había
disputado una serie de amistosos dos años atrás y a la cual no
había vuelto desde entonces. Pierre Dao se presentó al europeo sólo
con dos bases, justo la mitad de los que siete años después
necesitaría Antonio Díaz Miguel para estamparse en Argentina. Los
elegidos fueron Jean Michel Senegal y Jacques Monclar, un base blanco
por encima del 1.90, casualmente el base titular del Le Mans. Lo que
debió pensar el seleccionador debió ser algo así como “si van a
hacer lo que les pase por las narices, con dos me sobra”. Alain
Larrouquis, pequeño escolta de 1.86, con participación testimonial,
hubiese podido ser el tercer base.
Eric
Beugnot bloqueando a Ratko Radovanovic
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El
otro gallo del gallinero era el afamado alero anotador Hervè
Dubuisson, del que Gonzalo Vázquez habla en su nuevo libro y cuyo
capítulo me muero de ganas por leer. Dubuisson representaba él
solo, todo lo negativo que he descrito de este grupo humano. Calidad,
físico, técnica, tiro, salto, potencia... todo lo que se quiera
pero atrás reservaba sus fuerzas y no existía otro sistema que el
de “balones a mí”. Venía de ser el máximo anotador de la Liga
francesa en las últimas cuatro temporadas. Como anécdota, años
después en un partido contra el CAI Zaragoza en competición europea
(juraría que con Stade Francaise), se lesionó nada más atravesar
el medio campo en pleno contraataque llevado, como no, por él mismo.
Ello no fue motivo para que no diera dos o tres pasos más a la pata
coja, se cuadrara, lanzara y convirtiera un triple desde unos diez
metros, antes de ser sustituido entre gritos de dolor. Su torneo fue
más que discreto, terminando con apenas 9 puntos de media.
Así
las seguía hundiendo Dubuisson, años después
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En
este torneo, apareció en escena otro jugador de esos que en los años
venideros iba a ser un asiduo en Copas de Europa y citas de
selecciones, Richard Dacoury. Miembro al igual que Faye o Senegal del
laureado Limoges fue el primero que vi de esa especie de jugador tan
común en la Francia contemporanea, el alero mulato con
extraordinarias condiciones físicas. Su papel en Limoges estaba
ensombrecido por la genialidad del escolta americano Ed Murphy, que
acaparaba casi todos los sistemas ofensivos del club y donde
demostraba mayor rigor táctico que el exhibido en esta cita europea.
Con un buen debut ante Yugoslavia, siendo el máximo anotador con 17
puntos, terminaría diluyéndose como el resto del equipo.
Richard
Dacoury, con Magic Johnson en el Open McDonald's 1991
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Con
respecto al juego interior, Georges Vestrys, Appolo Faye y Philippe
Szanyel eran sus argumentos. George Brosterhous y Daniel Hacquet, así
como J.J. Cachemire completaban una tan extensa como poco explotada
batería de jugadores. Vestrys era un jugador de color con un físico
diseñado para este juego y una talla de 2.16. No intimidaba, apenas
reboteaba y teniendo un ganchito de derecha muy decente resultaba
raro verle recurrir a él. Años atrás, en medio de una tertulia con
no poco alcohol circulando, un buen amigo me describió su mejor
movimiento. Consistía en ponerse justo debajo de su propio aro, no
levantar los brazos no fuera a ser que molestara a algún atacante,
esperar pacientemente a que el balón atravesara la canasta, cogerlo,
adelantar un pie fuera de la linea de fondo y, con el otro en el
aire, realizar un giro sobre sí mismo de 180 grados y efectuar el
saque de fondo. Yo no hubiera podido definirlo mejor.
Appolo
Faye cerraba ya su carrera como internacional en este torneo y, acaso
por pura veteranía, era el único interior con licencia para tomar
sus propias decisiones, licencia que no dudaba en aprovechar cada vez
que le venía en gana. Mi memoria recuerda a Héctor Quiroga
comentando que se trataba de un americano nacionalizado. No sería
hasta que comencé mi investigación para este post que me enteré de
su origen senegalés.
Appolo
Faye en el partido contra Grecia del Campeonato de Europa 1983
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La
sorpresa agradable la puso el jugador de ASVEL Villeurbanne Philippe
Szanyiel, de 23 años y que, sin contar para nada en los sistemas y
viviendo de balones sueltos y rebotes ofensivos se proclamó máximo
anotador francés en la competición con 19 puntos por partido. Un
zurdo muy técnico y fajador que con apenas 2.05 sería el gran
referente del juego interior francés hasta la eclosión de un tal
Stephane Ostrowsky. Tuvo una dilatada carrera en la selección
nacional, de la que es el quinto anotador histórico y a la que puso
cierre tras 191 presencias, de la mejor manera posible, en un
amistoso en Mónaco contra el Dream Team, previo a los Juegos
Olímpicos de Barcelona.
Vlade
Divac versus Philippe Szanyel en Roma 1991
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Al
final, Francia acabó quinta. Quedó encuadrada en el grupo A, con
sede en Limoges, cuya composición aparece en un cuadro más arriba.
Derrotas contra Yugoslavia, España e Italia y victorias contra
Grecia y Suecia no fueron suficientes para luchar por medallas. Un
cruce victorioso contra Alemania le permitió disputar la quinta
plaza, objetivo que alcanzó al derrotar a Israel. Poco actitud y muy
mala suerte en el sorteo de la primera fase fueron su condena. Pierre
Dao abandonaría el cargo de seleccionador para marcharse al Limoges
con Faye, que también finalizaba ciclo y Senegal, cuya intención
era la misma y al final lo reconsideró. El equipo quedaba en manos
del hasta entonces segundo entrenador Jean Luent, que los conduciría
a la disputa de los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984, al
conseguir clasificarse en un torneo preolímpico disputado en suelo
francés, y al europeo de Stuttgart 1985. Tardaría muchos años en
sacudirse el sambenito de banda pero fueron un auténtico
espectáculo, os lo aseguro.
Autor: @quiquechust